Por Javier Belda.
Las imágenes del genocidio en Gaza son tan extremas que han logrado dejar en un segundo plano a las víctimas del sistema de violencia instalado en otros puntos del planeta. Da la sensación de que nos estemos deslizando velozmente por un tobogán ensangrentado. El desastre total parece inevitable, si es que no estamos con los ojos y oídos tapados. La lucha es también entre los cielos y los infiernos, dicen algunos —efectivamente son tiempos de profecía y magia—. Sin llevarles la contraria, existe esa lucha en sentido figurado, una lucha entre la dignidad y la vileza. También los hay que, rizando el rizo, dicen que están exterminando al pueblo palestino por mandato bíblico, que simplemente no deberían estar ahí y que, en última instancia, representan el mal, ya que no son de la misma religión que sus verdugos. Los palestinos, aún en las condiciones más extremas tratan siempre de honrar a los muertos. Estamos requeridos a preservar la memoria, tal como se sigue haciendo con las víctimas de las dictaduras del llamado «patio trasero».Las imágenes del genocidio en Palestina deben quedar todas archivadas, pues son el mejor autorretrato de Occidente y sus aliados, el cual se ha convertido en un sistema belicista y terrorista a gran escala, al que se suma ahora la retórica de la guerra nuclear.