Por Mauricio Herrera Kahn,
“Ni la crueldad, ni la violencia, ni la tortura me harán implorar clemencia, porque prefiero morir con la cabeza en alto, con una fe inquebrantable…” Patrice Émery Lumumba.
Esta columna sobre Lumumba no son solo palabras, es un acto de justicia.
África estaba naciendo y el mundo ya la estaba asesinando. Eran los años sesenta y la descolonización avanzaba como un río de fuego. El continente más saqueado del planeta empezaba a gritar su nombre y desde sus entrañas emergía un hombre que lo encarnaba todo: Patrice Lumumba. Joven, autodidacta, apasionado, radical en su lucidez, imposible de domesticar. No era un militar, no era un tecnócrata, no era un títere de embajada. Era un africano que hablaba como si el futuro se estuviera quemando detrás de cada palabra. Y eso, claro, era imperdonable.