Por Jesús Mendoza Zaragoza.
Si la violencia en sí misma es como un virus destructivo que contagia las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales y que genera espirales incontrolables de sufrimiento y atrocidades, se hace necesaria una vacuna que evite el contagio, que haga resistencia a cualquier forma de violencia y logre detener su dinamismo destructor, induciendo un camino diferente y eficaz para cambiar esas relaciones. Es necesario hacer frente a esa epidemia global de la violencia, que está en todos los rincones de la sociedad y de las naciones: hay violencias visibles e invisibles, añejas y nuevas, anidadas en el corazón humano y en las estructuras. Si se ha legitimado la violencia en todos los campos, como una vía normal y, hasta natural, para resolver conflictos, tanto que hasta se ha llegado a hablar de una supuesta “guerra justa”, es necesario dar un giro en sentido contrario. Se necesita un cambio de paradigma.