Por Claudia Aranda.
En Los orígenes del totalitarismo (1951), Hannah Arendt desarrolla una de las ideas más poderosas y perturbadoras del pensamiento político del siglo XX: la noción de que la deshumanización comienza en el momento en que se pierde el «derecho a tener derechos». Esta formulación no es un mero juego de palabras, sino una advertencia radical sobre el colapso de las garantías fundamentales cuando el individuo queda fuera del marco político que las sostiene.
Para Arendt, los derechos humanos, en tanto proclamación universal de la dignidad inherente a todo ser humano, fracasan en la práctica si no hay una comunidad política que los reconozca y los haga exigibles. La figura del apátrida, tan común tras la Primera Guerra Mundial y devastadoramente presente en el siglo XX, encarna esta paradoja: se trata de personas que, al perder su nacionalidad, pierden no solo protección legal, sino la posibilidad de ser considerados sujetos con derechos. Ya no tienen a quién apelar. No pertenecen a ningún lugar. Han sido arrojados fuera del mundo común.
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(Imagen de Wikipedia)