Por Germán Gorraiz López.
La teórica política judío-alemana Hannah Arendt en su libro ‘Eichmann en Jerusalén’, subtitulado ‘Un informe sobre la banalidad del mal’ hace un análisis del nazi Eichmann desvestido de su vitola de criminal de guerra y visto tan sólo como “individuo unidimensional”. Así, según Arendt, Adolf Eichmann no presentaba los rasgos de un psicópata asesino, sino que sería “un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias y sin discernir el bien o el mal de sus actos”.
Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” para expresar que “algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos”, con lo que la utilización por Israel de la tortura sistemática, el apartheid del pueblo palestino, el genocidio de la población gazatí y demás prácticas malvadas “no serían considerados a partir de sus efectos o de su resultado final con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores”, quedando pues el Gobierno israelí de Netanyahu como el único responsable ante la Historia.
Hannah Arendt nos ayudó pues a comprender las razones de la renuncia del individuo a su capacidad crítica (libertad) al tiempo que nos alerta de la necesidad de estar siempre vigilante ante la previsible repetición de la “banalización de la maldad” por parte de los gobernantes de cualquier sistema político, incluida la sui-generis democracia judía.
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Hannah Arendt (Imagen de Wikipedia)