Philippe Moal. Madrid, agosto de 2017.
Dejan su tierra y su vida llena de recuerdos y afectos. A menudo, obligados o forzados, con el miedo en el vientre, el corazón desgarrado, huyen de la guerra, de las invasiones, del hambre, de la sequía. Dejan sus seres queridos y abandonan todo sin saber si algún día van a regresar, animados por una loca esperanza y la rabia por sobrevivir.
Pero para aquellos desesperados, después del horror viene la pesadilla. Ahora son de «ninguna parte», están «de más» y perturban a la Europa conquistadora que está envejeciendo mal y admite con dificultad que no es ajena a la tragedia.
Después de las cicatrices de la colonización, África es ahora un campo de experiencias y de comercio de armas con jugosas ganancias. Si la tierra no produce nada o no es un lugar «geoestratégico militar», su gente no vale definitivamente «nada»; ¡mala suerte para ellos nacer allí! Si en su suelo se descubren riquezas insospechadas (como el coltán en la República Democrática del Congo, por ejemplo), entonces los comerciales «bondadosos» reaparecen, sobornan a los servidores de siempre y ahora explotan el subsuelo después de haber explotado las personas que vivían en la superficie, creando, en medio del caos, oasis lucrativos bien protegidos.