Silo. Universidad de bellas artes.
México, 7 de julio de 1991.
El tema de hoy, “Humanismo y Nuevo Mundo”, merece un breve encuadre. Cuando se habla de “Humanismo” suele hacerse referencia a esa corriente que, contemporánea a la explosión renacentista, arranca en las letras con Petrarca. En otras civilizaciones y aun en las más próximas a Occidente, puede verse una serie de temas tratados con un enfoque parecido al de los Humanistas del Renacimiento. Cicerón es un epónimo de esto en la cultura romana. Los humanistas, desde entonces, colocaron al ser humano no simplemente como el sujeto y el productor del hecho histórico, sino como el centro de toda actividad fundamental. El ser humano fue también el escalón más alto de una axiología que bien podría resumirse así: “Nada por encima del hombre y ningún hombre por encima de otro”.
En el Renacimiento, particularmente, la palabra “humanismo” toma su real dimensión en la lucha que, contra el oscurantismo, inicia el Arte y la Ciencia. Sería excesivo en esta ocasión, considerar el aporte de Giordano Bruno, Pico de la Mirándola y, por supuesto, Galileo: figuras veneradas por los humanistas de hoy. Todos ellos sufrieron la persecución de un sistema en el que se amputaba la real dimensión del ser humano y que tenía por encima de todo a la divinidad, luego al príncipe, al estado y las leyes, como subsidiarios de esa divinidad.